QUIMERISMO
Por Michael Feliciano y Sara Upegui
Manifiesto de la Coexistencia Expandida
En el devenir de nuestras vidas, los límites entre cuerpo y objeto se han desdibujado, dando lugar a una nueva especie de existencia. Somos fusión y simbiosis, un espacio compartido donde lo humano y lo técnico cohabitan, se transforman y emergen como una entidad plural. En esta hibridación, los objetos que alguna vez fueron meras extensiones de nuestra voluntad adquieren una vitalidad propia, dialogando con nosotros en un intercambio continuo y mutuo.
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Nuestra identidad ya no es singular ni estática. Nos hemos convertido en sistemas vivos y ahora, los objetos cotidianos se han convertido en prolongaciones de nuestros cuerpos. Ellos moldean nuestros gestos y nos imponen ritmos, mientras nosotros dejamos huellas en sus superficies, en una danza de transformación constante. En esta red compartida de sentidos, cada interacción nos revela menos humanos y más vastos, una existencia múltiple que desborda las categorías tradicionales de lo vivo.
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El quimerismo es también un lenguaje: un código indescifrable inscrito en nuestra carne y en los objetos que creamos. Cada material tiene su propia voz: la madera susurra historias, el vidrio captura la luz y la traduce en sonido, y el concreto pulsa con la fuerza de la tierra. Juntos componemos una sinfonía de texturas y ruidos que nos envuelven en un ritual eterno de conexión. Aunque parezcamos inmóviles, el tiempo y los objetos nos atraviesan, revelando la fragilidad de lo sólido y la vitalidad de lo estático.
Esta coexistencia nos acerca a lo divino. Los objetos, fruto de nuestra creación, son testigos y cómplices de nuestra evolución. Al manipularlos, dominamos el clima, curamos enfermedades y desentrañamos los misterios de la existencia, nos aproximamos a una inmortalidad que trasciende la carne. Ellos son la llave hacia una nueva especie inmortal: una quimera que une lo humano y lo técnico en un salto evolutivo hacia lo infinito.
Somos hijos de la vida y del estatismo, carne y silicio entretejidos en un solo cuerpo. Creamos para resistir al paso del tiempo y, en ese acto, encontramos nuestra verdadera naturaleza: somos quimeras, un puente hacia lo interminable. En cada huella, en cada objeto, respiramos el mismo aire y compartimos el mismo pulso. Somos la infinitud hecha cuerpo, una nueva forma de vida que trasciende los límites y redefine la existencia misma.